Hemos estudiado o visto en películas que el 6 de junio de 1944 se produjo el desembarco de Normandía. Ese día 160.00 tropas aliadas irrumpieron en las costas de Francia.
Un prodigio de la táctica, de la estrategia y de la historia bélica internacional. Pero, ¿qué comieron esas 160.000 bocas? ¿Cómo alimentar en medio de una de las batallas más inmensas de la Historia? La historia de la comida en la Segunda Guerra Mundial es pura ciencia y tecnología, pero hoy nos vamos a fijar en un pequeño detalle y una herramienta fundamental: en una barra de chocolate.
La Segunda Guerra Mundial seguramente empezó a ganarse muchos años antes de que Hitler apretara aquel gatillo en un búnker de Berlín. Y uno de esos sitios fue una reunión en 1937 entre el coronel Paul Logan del ejército norteamericano, William Murrie, el presidente de la fábrica de chocolate Hershey's y Sam Hinkle, el jefe químico de la empresa.
Logan estaba diseñando las raciones de comida que el ejército usaría como base de la alimentación de los soldados cuando estuvieran lejos de las líneas logísticas. La tarea parecía sencilla, pero no lo era. Reflexionando sobre el asunto, se dio cuenta de que necesitaba algo capaz de aportar una gran cantidad de energía y que fuera sencillo de consumir. Necesitaba una chocolatina.
Pero no cualquier chocolatina. La barra tenía que tener cuatro requisitos: debía pesar 112 gramos (4 onzas) y caber en el bolsillo; debía tener un contenido energético muy alto; debía resistir altas temperaturas; y, por último, aunque fundamental, debía saber "solo un poco mejor que una patata cocida".
Logan temía que, si la barra de chocolate estaba demasiado buena, los soldados acabaran comiéndosela antes de tiempo. Error. Pero ante la expectativa de un contrato millonario, los técnicos de Hershey's se pusieron manos a la obra para producir esa barra.
Los ingredientes que usaron (azúcar, harina de avena, grasa de cacao, leche en polvo y sabores artificiales) no eran los tradicionales, pero lo más llamativo es que, para producir barras que resistieran bien la temperatura, necesitaron reinventar todo lo que sabían sobre producir chocolate.
El resultado fue una densa tableta de chocolate marrón difícil de deshacer, aguantaba sin problema hasta los 50 grados sin derretirse.
En junio del 37 el ejército norteamericano encargó 90.000 barras de chocolate para probarlas en las bases de Filipinas, Panamá y Texas.
La barra de chocolate de Logan estaba mala. Pero mala, mala: horrorosa. Tan mala que, en muchas ocasiones, los soldados ni siquiera se la comían. Preferían pasar hambre que llevarse eso a la boca. Tanto es así que durante la Segunda Guerra Mundial se la conocía como "el arma secreta de Hitler".
En 1943, el ejército pidió a Hershey's que hicieran algo comestible. Eso sí, sin perder resistencia al calor.
Las tropas norteamericanas estaban luchando en el sudeste asiático y el chocolate tradicional no servía para esas temperaturas. En la chocolatera se pusieron manos a la obra y diseñaron la "barra tropical". Tampoco surtió efecto.
Hay numerosos testimonios de guerra que constatan que la gente huía del chocolate norteamericano como de la peste. Hasta que llegó la disentería. Sobre todo en la India y en Indochina, los soldados norteamericanos empezaron a sufrir unos brotes gigantescos de disentería.
Esta es una enfermedad inflamatoria del intestino que provoca abundantes diarreas con mocos y sangre en las heces. En aquella época aún no había vacuna (fue descubierta por un español, Juan Planelles Ripoll, un poco después en la URSS) así que la enfermedad hacía estragos.
Los enfermos no admitían comer nada y en muchos casos eso les acababa provocando la muerte. Es entonces que los médicos estadounidenses descubrieron que había un producto alimenticio que sí podían comer sin problemas: esas tabletas de chocolate horribles.
En esos casos, el chocolate marcó la diferencia y contribuyó, en la medida de sus posibilidades, a ganar la Guerra en Asia. Tras de eso tuvo que pasar otra década hasta que el ejército se decidiera a encargar un chocolate apetecible. Pero eso, claro, es otra (dulce) historia