La periodista Mónica Toro te cuenta su experiencia al asistir a un restaurante en donde se sirve la comida en un salón sin luz y atendido por camareros ciegos.
 Ella dice: Aquí todos son iguales y todos ven lo mismo: oscuridad.
Es Dans Lenoir, un restaurante parisino en
 Londres, Inglaterra, donde en la misma mesa podrían sentarse Bill 
Gates, Barack Obama, Uribe e incluso yo, una periodista, y todos seremos
 tratados de la misma manera. 
En Dans le Noir usted perderá la visión 
durante hora y media para cenar en total oscuridad, hablar con quien no 
conoce o comer lo que solo se puede oler.
Mi noche fue una experiencia única. La cena estaba prevista a las 6 y 45 de la 
tarde. Estaba acompañada por un amigo al que invité, porque me daba 
miedo ingresar sola a ese cuarto oscuro del que ya me habían hablado. 
En la recepción, por fortuna iluminada, nos
 brindaron un coctel y nos ordenaron dejar en los casilleros nuestros 
bolsos, cámaras y teléfonos. El gran salón nos esperaba. Nuestro guía 
sería Takashi Kikuchi, el japonés que yo había entrevistado el día 
anterior. "Solo apoye sus manos en mis hombros y entremos en fila india.
 Estarán bien", nos dijo.
Ingresamos por un corredor de paredes 
negras y una luz roja en el techo que se difuminaba a medida que nos 
alejábamos de la entrada. Tres metros adelante giramos a la derecha: 
llegamos al salón de la oscuridad. 
Takashi caminaba confiado, sin tropezar con
 algún objeto que hubiera dentro del salón. El recorrido fue recto, 
después giramos a la derecha y de nuevo a la derecha para sentarnos en 
la mesa 16. Fueron 34 segundos, pero para mí, una eternidad. Me ubicó 
contra la pared y a Dennis, mi amigo, frente a mí. 
Me senté y recordé que la primera vez que 
había hecho este recorrido, el día anterior con Dominique Raclin, el 
director general, me había sentido más estresada que cuando ingresé con 
el guía. Ahora entiendo la razón: el guía es invidente y está en su 
mundo, nada cambia para él. Pero para Dominique, para mí y para todos 
los videntes, todo cambia y somos más vulnerables a cometer errores. 
Ya en la mesa
No veía nada. Tardé varios minutos en 
acomodarme al lugar. Pensé en miles de cosas: los objetos que me 
estarían rodeando, el color de los muebles, la forma del techo e incluso
 en la comida que estaba por llegar. 
Escuchaba los murmullos y los gritos de la 
gente cuando entraban a la oscuridad. Ni una vela, ni una sombra ni un 
tenue haz de luz. La vista la teníamos en los otros sentidos. 
"Los cubiertos están al lado, la servilleta
 en la parte de arriba y la canasta con pan al lado izquierdo de la 
mesa", dijo nuestro guía. 
Lentamente y muy precavida estiraba mis 
manos para tocar y sentir lo que me rodeaba. La silla, al parecer era de
 cuero, de espaldar alto y larga, como para cuatro personas. Me la 
imaginé roja. A mi lado izquierdo había una especie de repisa. La toqué e
 inmediatamente retiré mi mano asustada y grité. "¿Qué pasó?", me dijo 
mi amigo. 
Había tocado otra textura distinta al cuero
 y a la madera. De nuevo, más lento que la vez anterior, estiré mi mano.
 Era una espuma ubicada en las puntas de la repisa. Me tranquilicé. 
Pasaban los minutos, 10 o 15, no lo sé. Aún
 no podía acomodarme a la oscuridad. Pensaba y pensaba. Mi mente se 
concentraba en algo más: en mi tío Omar, un hombre de 48 años que perdió
 la vista hace dos debido a la diabetes que lo aqueja desde hace 15. 
Ahora sí vine a entender el desespero que 
lo embargaba cada día. Ahora captaba aquellos llantos y súplicas cuando 
me pedía que lo llevara a los mejores centros de atención de 
especialistas en visión, que le salvara su vista para poder volver a ver
 a su hijo, a su madre, a su mundo. 
A comer
"Mónica, Mónica, que qué vas a ordenar". Por favor, rojo (los menús están diseñados por colores).
Mientras esperábamos la cena, llegaron las 
personas con quienes iríamos a compartir la mesa y a las que nunca antes
 habíamos tratado. 
Eran cinco mujeres y un hombre. Nos 
presentamos y de inmediato entablamos conversación. A mi lado derecho se
 sentó Ashuan. El tema de conversación: los extranjeros en Londres. Él 
me hablaba de lo duro que había sido su llegada hace 14 años a Londres y
 de cómo había logrado conseguir su puesto, hoy Director General de 
Orange, una de las más grandes empresas de telefonía celular del Reino 
Unido. 
"Señora Mónica, su comida", me dijo el 
mesero. Olía delicioso. No podía identificar qué era. Parecía que había 
perdido el olfato también, porque no pude descifrar qué tenía al frente.
 Era una mezcla de olores suaves, como el de un puré de papa con 
mantequilla; olores fuertes, como el del picante y la vinagreta, y 
olores dulces, como el de algunas frutas. 
¿Ahora qué? Pensé. ¿Qué es lo que me voy a 
comer? Ordené carne, pero no sé cómo viene. No me gusta la cebolla ni el
 pimentón ni esas ramas verdes que parecen plantas.
Hice todo lo indebido en la mesa. Agaché la
 cabeza hacia el plato y olí la comida. Nunca lo había hecho, ni 
siquiera en mi casa. Pero allí, en la oscuridad, el manager, antes de 
entrar, me dijo: "Recuerde que en la oscuridad todo se vale". Yo le hice
 caso. 
Pero por más que oliera, no podía 
identificar bien cada bocado en el plato. De nuevo, hice honor a la mala
 educación: toqué todo lo que había en él. 
Al lado derecho del plato sentí la carne, 
suave y con una salsa con trozos picantes. En la parte izquierda había 
una porción de vegetales, los cuales no pude identificar, aparte de 
coliflor y zanahoria. Y en la parte de arriba tenía muchas papas, de 
todas las clases, creo.
Dicen que el pollo y el marrano se comen 
con la mano. Pero en Dans le Noir? la carne también. Sí, porque no pude 
agarrarla con el tenedor. No sabía dónde ubicar los cubiertos. Ambos se 
me resbalaban. 
Después de tanta auscultación, me dispuse a
 cenar tranquila. En la oscuridad todo me sabía mejor. Mis sentidos 
ahora se concentraban en el gusto. Mi paladar se sensibilizó ante esa 
carne suave, jugosa. Esa zanahoria cocinada con salsa de caramelo... 
Ya llevábamos 40 minutos. Mi cena había 
sido exquisita, pero, la verdad, ya quería volver a ver. Me sentía 
atrapada, amarrada y desesperada. Pero como en Dans le Noir? todo se 
vale, Dennis y yo, para recrear un poco más la experiencia, nos 
imaginamos a nuestros acompañantes. 
A Ashuan, mi compañero de cena, me lo 
imaginé vestido de corbata, alto, moreno y muy guapo. Su acento inglés 
lo delataba. Era o de Pakistán, India o Turquía. 
Mi amigo, por su parte, recreó a la 
inglesa: mona, alta, delgada, con una piel perfecta, minifalda, medias 
veladas, abrigo y sombrero. 
El guía llegó por nosotros. Era hora de 
volver a nuestro mundo. Al salir, de nuevo juntos, en fila india, la 
luz, ahora más brillante, nos dio la bienvenida. Nuestras caras alegres 
demostraban que estábamos felices de volver de la oscuridad. 
Descubrí que aquel tipo de mi mesa era de 
la India y que no llevaba corbata sino jean, Converse verdes y un abrigo
 rojo. Que era alto, delgado, de piel blanca y dientes desordenados. Y 
que ella, la inglesa, también era diferente: cabello negro, pantalón 
ancho, sandalias y con cicatrices en su rostro a causa de una quemadura.
 
También me di cuenta de que había sido 
manzana y no papa lo que había comido, y algo que siempre había 
rechazado en los platos: pimentón y cebolla. Meseros con olfato.
A través de los rayos infrarrojos vemos que pasa adentro
Dans Le Noir fue fundando en el 2004, en 
París, con el soporte de la Fundación Paul Guinot para gente invidente y
 Fredericks, en Londres. 
Dans le Noir está en París, Varsovia y en 
Moscú. En Londres, el salón de la oscuridad tiene entre 60 y 80 sillas. 
Las mesas son para 8 0 10 personas. Ofrecen 4 tipos de platos que la 
gente selecciona por colores: azul, no carne; verde, vegetariano; rojo, 
carne y, amarillo, pescado. 
Todos los meseros son invidentes. Takashi 
Kikuchi, japonés de 38 años, lleva un año trabajando en Dans le Noir? y 
cree que ha sido la oportunidad más bondadosa de su vida, porque allí 
siente que lo que hace es prestar un servicio y ser importante para los 
diferentes a él, los videntes, porque en el salón oscuro él, como sus 
colegas, son los que "mandan": ellos conocen más el mundo oscuro. 
"Mi trabajo es servir de guía, acomodar a 
los clientes. Nosotros ya sabemos dónde están las sillas, todo. Somos 
ochos meseros en el salón oscuro. Nunca nos hemos chocado, porque 
tenemos nuestro olfato muy desarrollado, entonces sentimos que hay 
alguien que viene en nuestro camino y nos anunciamos, para no ocasionar 
accidentes". 
La cocina no es a oscuras. Los chefs son videntes.
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-4959149

 
Que hermosas esperiencia y que hermosas palabras, amiga.. es asì: los chefs son videntes, con los ojos del corazon, siempre. Un abrazo y un beso!
ResponderEliminarno se si yo estoy preparada para una experiencia asi, aunque tiene que ser maravillosa y muy interesante tambien debe crear muchos nervios y miedos
ResponderEliminarBsos
Una experiencia muy interesante, que me gustaría disfrutarla algún día.
ResponderEliminarMi enhorabuena por tu artículo, me ha gustado mucho.
Saludos.
Lo había visto hace tiempo en un reportaje...no sé si será el mismo restaurante, pero por lo que cuenta debe de ser igual. Una experiencia totalmente diferente, me ha encantado leerla y pensar como me sentiría yo... todavía no lo tengo claro, me angustia un poco la oscuridad total. Gracias por compartirlo, besos.
ResponderEliminarUna experiencia curiosa pero no se si podría jejejejejejejej
ResponderEliminarvi un reportaje por televisión hace tiempo, la verdad que llamaba la atención, pero no sé si yo... un beso,
ResponderEliminarDebe de ser vivir una gran experiencia, aunque tengo mis dudas si verdaderamente me iba a gustar, quizás empezaría tomando un café.
ResponderEliminarSiempre nos traes cosas curiosas, un abrazo.
Muy buena propuesta!!besos
ResponderEliminarMe ha fascinado la historia pero no se si yo me atrevería a vivirla, en cierto modo he sentido miedo aparte de un tremendo respeto hacia los invidentes, en general a todos los discapacitados, el mundo esta muy mal pensado para ellos. Besazosssss
ResponderEliminarMe encanta la originalidad, y la propuesta. Es que se pone el alma en la cocina, no solo la vista.
ResponderEliminarNo me gustaría esta experiencia, pero para ellos les aporta apoyo y sentirse bien.Bss
ResponderEliminarA los grandes chefs de la "nouvelle cuisine" esforzándose en hacer platillos no solo sabrosos, sino estéticos, mezclando sabores y colores, seguro que no les atraería demasiado la experiencia, pienso yo.
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