“No sólo de pan vive el hombre”; en algunos casos lo hace de la “haute cuisine” (alta cocina). El Vaticano, como institución política que es, no fue ajeno al desarrollo de la gastronomía, porque más allá del ascetismo de los primeros Papas, durante la Edad Media, y gracias a la consolidación del poder terrenal de la Iglesia, se ofrecieron grandes banquetes, algunos de ellos pantagruélicos, como muestra del nuevo estatus del Vaticano.
Lo cierto es que hubo pontífices que le dieron gran importancia a la cocina, como Benedicto III, quien inventó unos huevos escalfados sobre un colchón de bacalao hecho puré, o Pío V, que durante el Renacimiento y para el banquete de su coronación contó con Bartolemeo Scapi, “el Ferrán Adriá de su tiempo”.
A lo largo de los siglos, en las cocinas del Vaticano se crearon platos como el esturión con pétalos de rosa, el crujiente de empanada con anguila, salsas como la de tomate (sí, la salsa de tomate se introdujo en Italia desde el Vaticano), la salsa verde, favorita de los guardias suizos y técnicas culinarias como el Baño María. Incluso cuando no se había inventado la Nouvelle Cuisine, en el siglo XIX servían ensaladas de flores y pastas rellenas de angulas espolvoreadas con caviar, platos que bien podría haber inventado Paul Bocuse.
Ahora bien, ¿qué comieron los últimos Papas? Juan Pablo II gustaba de los sencillos platos polacos, como el borscht (sopa de remolachas), tenía cierta inclinación hacia la cocina española y era aficionado a las sobremesas largas con una taza de café o una copa de vino. No era un gourmet, más bien todo lo contrario y privilegiaba más la cantidad que la calidad. Se dice que en el banquete de su coronación, al ver el fasto culinario que los cocineros habían realizado dijo: “Hubiera bastado con un poco de pizza y otro poco de pasta”.
Benedicto XVI, era un poco más sofisticado que su antecesor en materia de comidas. Para empezar, era hijo de una cocinera profesional, lo que habla de su gusto. Tenía debilidad por las preparaciones de su Baviera natal, como el apfelstrudel (tarta de manzanas), las salchichas y el leberwurst. También gustaba de la cocina italiana, en especial la pasta y los pescados. Además, todas las noches comía un plato de sopa de sémola, aunque su pasión eran las buenas cremas heladas.
¿Y qué sabemos acerca de los gustos del nuevo Papa Francisco?
Es un hombre austero y frugal, le gustan las empanadas y la colita de cuadril a la parrilla ( una pieza de carne sin hueso que corresponde a la parte baja, externa y transversal del cuarto trasero de la res), toma mate y sabe cocinar, habilidad que aprendió desde muy chico porque su madre quedó incapacitada cuando el Papa y sus hermanos eran chicos y tuvo que arreglarse por su cuenta. Sin embargo, y mal que le pese, a partir de ahora se verá obligado a tener que presidir más de un banquete por cuestiones de Estado.
Lo cierto es que hubo pontífices que le dieron gran importancia a la cocina, como Benedicto III, quien inventó unos huevos escalfados sobre un colchón de bacalao hecho puré, o Pío V, que durante el Renacimiento y para el banquete de su coronación contó con Bartolemeo Scapi, “el Ferrán Adriá de su tiempo”.
A lo largo de los siglos, en las cocinas del Vaticano se crearon platos como el esturión con pétalos de rosa, el crujiente de empanada con anguila, salsas como la de tomate (sí, la salsa de tomate se introdujo en Italia desde el Vaticano), la salsa verde, favorita de los guardias suizos y técnicas culinarias como el Baño María. Incluso cuando no se había inventado la Nouvelle Cuisine, en el siglo XIX servían ensaladas de flores y pastas rellenas de angulas espolvoreadas con caviar, platos que bien podría haber inventado Paul Bocuse.
Ahora bien, ¿qué comieron los últimos Papas? Juan Pablo II gustaba de los sencillos platos polacos, como el borscht (sopa de remolachas), tenía cierta inclinación hacia la cocina española y era aficionado a las sobremesas largas con una taza de café o una copa de vino. No era un gourmet, más bien todo lo contrario y privilegiaba más la cantidad que la calidad. Se dice que en el banquete de su coronación, al ver el fasto culinario que los cocineros habían realizado dijo: “Hubiera bastado con un poco de pizza y otro poco de pasta”.
Benedicto XVI, era un poco más sofisticado que su antecesor en materia de comidas. Para empezar, era hijo de una cocinera profesional, lo que habla de su gusto. Tenía debilidad por las preparaciones de su Baviera natal, como el apfelstrudel (tarta de manzanas), las salchichas y el leberwurst. También gustaba de la cocina italiana, en especial la pasta y los pescados. Además, todas las noches comía un plato de sopa de sémola, aunque su pasión eran las buenas cremas heladas.
¿Y qué sabemos acerca de los gustos del nuevo Papa Francisco?
Es un hombre austero y frugal, le gustan las empanadas y la colita de cuadril a la parrilla ( una pieza de carne sin hueso que corresponde a la parte baja, externa y transversal del cuarto trasero de la res), toma mate y sabe cocinar, habilidad que aprendió desde muy chico porque su madre quedó incapacitada cuando el Papa y sus hermanos eran chicos y tuvo que arreglarse por su cuenta. Sin embargo, y mal que le pese, a partir de ahora se verá obligado a tener que presidir más de un banquete por cuestiones de Estado.
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